viernes, 1 de abril de 2016

Mensaje Estatal por el Día Mundial del Teatro

El teatro es el loco que saludo todas las mañanas

De niño, presencié cerca de mi casa un algo que no sabía cómo llamar. Hombres y mujeres vestidos de manera extraordinaria lograban ante mí, movimientos y voces que generaban sorpresa en el inexperto público que les miraba. Era el teatro. Nuestro encuentro fue repentino, delirante y seductor. Desde entonces no pude dormir sin pensar en él o soñar con él. Ahí tienen el relato de mi primer enamoramiento y una confesión sobre el amor de mi vida.

El teatro es encuentro. En él convergen todos los colores, todas las palabras y todas las emociones que el hombre experimenta a lo largo de la vida. Una vez que le miramos, nos abraza para siempre. Y ahí vamos todos. A veces ordenados y a veces revueltos. A veces de acuerdo, a veces en conflicto. A veces glorificados, a veces frustrados. Pero siempre sostenidos por el mismo abrazo.

El teatro es fe. Hay que creer en él para abandonarlo todo y arriesgarlo todo. Saltarse la barda para llegar a un ensayo; obviar los celos de la pareja, sonreír y volver a tu libreto (en algunos casos, firmar el divorcio); olvidar la palabra vacaciones; dejar la casa y el closet vacíos, todo estará en escena por meses: el sofá, la lámpara, el espejo, la camisa nueva, los zapatos y la computadora. Con la fe ciega de que todo nos será devuelto y al doble. Sin esa fe, no hay teatro.

El teatro es dolor. Devela las sombras humanas. Echa luz sobre los huecos oscuros que jamás iluminará la historia, ni la economía, ni el derecho, ni la psiquiatría, ni la política. Ilumina y deja al descubierto la avaricia, el abuso, la maledicencia, la perversidad, el cinismo, la arrogancia y la impiedad. Entonces, duele.

El teatro es descubrimiento. Al culminar cada función, el sonido del otro nos obliga a redescubrir el mundo. Siempre hay alguien conmoviéndose y moviéndose a partir de lo que uno hace. El aplauso es la memoria de lo humano. De saberse acompañado, entregado, retribuido y amado.

El teatro es demencia. Mientras más avanza la tecnología, más nos aferramos a la idea de comunicarnos sin intermediarios. Y pagamos puntuales nuestra obsesión. No aceptamos un teatro a través del cine, o de la televisión, o de Skype, mucho menos de Whatsapp. Resguardamos nuestros antiguos espacios de encuentro. Aunque las grandes empresas de comunicación sigan inventando aplicaciones y ampliando su oferta; aunque los presupuestos sean recortados cada vez con mayor filo; aunque no quieran escuchar que en medio de las balas hace falta sentarnos junto al otro, ver respirar al de enfrente y hacer la misma fila para llegar a un punto.

El teatro, es el bendito loco que saludo todas las mañanas en mi cama.

Gabriel Brito
Texto leído durante el festejo por el Día mundial del teatro 2016, en el Centro Cultural Domingo Soler (Acapulco, Guerrero)

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