
Dentro de un ciber café confluyen la ansiedad, la excitación, la compulsión, las bacterias y el reggaetón. Hay voces rodeando el ambiente literario en el que trato de sumergirme (voces: - ¡versos! ¡saltó! -dime qué lugares -buuu -¿lo amplio o así? -hola Samuel), personas con prisa, con cuestionamientos técnicos, con hambre reprimida.
El intento literario llega hasta donde inicia el MSN; después nada hay que hacer ante el bombardeo de mensajes (mensajes: -¿qué onda wey? -¿quién eres? - profe - ¿qué rollo Brito?). Una montaña de frases básicas para saludar, ligar, filosofar o despedirse. La luz permanente del monitor amenazando la pupila del internauta, flashes repentinos de publicidad itinerante, zumbido de micro-motores.
El cielo debe parecerse mucho a un ciber café. Hay diversidad de colores, de hábitos sociales, de lenguajes, de miradas, de susurros, de tiempos. Dios está con todos y frente a todos, ordenando el universo, irradiando fe a los desconsolados, administrando la esperanza de los deprimidos, revelando la verdad a través de la luz. Dios se comunica de forma directa a través de un click, sin grandes esfuerzos para los salvos. Dios se muestra con todo su poder (¿qué quieres saber?), pregunta y te será develado (anota y click y listo). También hay santos, intercesores que visten casacas especiales con el logotipo del cielo (según la marca empresarial o creencia espiritual), ellos acuden en caso de que Dios no responda de forma inmediata, aprietan botones, reinician el sistema de comunicación, mejoran la señal, conectan cámaras para la eficiencia visual, regulan el volumen para que todos escuchen las voces celestiales. Hay música, los ángeles stereo no paran de tocar sus instrumentos. El clima es perfecto, no caliente no frío.
A este cielo podemos acceder todos ($5.00 la hora o fracción), no hay distinción de clases sociales, ni discriminación racial. Podemos entrar en cualquier momento mientras la puerta esté abierta, no hay retenes ni requisitos ni juicios previos.
Tal vez este cielo sea un ensayo del otro. Dios iluminó a Bill Gates y a los amos de la informática para hacer un demo que nos acostumbre a compartir el mismo espacio que, luego, será eterno.
Por Gabriel Brito.