Entonces, cómo no asistr y entrar para ver como recuperamos una parte de nuestra casa. Porque si algo tiene el Soler es que todo el que entra ahí no se siente un extraño, todos reconocemos en él un espacio familiar. Siempre hay algo que hemos vivido ahí dentro, como espectador, visitante o artista. Los árboles en ese teatro siempre están dispuestos a abrazarnos.
Es motivo de festejo porque cuando recuperas algo que parece perdido uno considera que sucedió un milagro. Entonces, te reunes a platicar del suceso, a mirar el hecho para corroborarlo, a comentar qué hacer ahora. Y justo ahora lo que tendría que suceder es el arte.
Acapulco, Gro., 03 de febrero de 2012
(Próxima entrega: El día que leí a Luis Zapata)