GABRIEL BRITO*
¿A quién le importa el teatro Domingo Soler?
Respuesta inmediata a una pregunta no efectuada
Se percibe la urgencia política de terminar lo planeado, se percibe la aspiración egocéntrica de adjudicarse la gestión de tremenda idea, se percibe el nervio de los teatristas que sienten estar perdiendo el único pedacito de tierra que este puerto les había otorgado para acceder a la escena. Todos intentan, a manotazo limpio y a empujones neuróticos, conseguir que se logre, que se cumpla lo comprometido ante los medios, que se tape aunque sea el hoyo que quedó en el techo, que no recoja su dinero el PAICE porque nos chingamos todos. Cuentan hasta 10 (muy a propósito) y continúan con la simulada preocupación.
Yo cooperé, se ha publicado en los periódicos que doné dinero para arrancar el proyecto. Es cierto. A veces las buenas intenciones no son suficientes, por lo menos esta vez no lo han sido. Debí tomar ese dinero y poner en escena dos obras teatrales, o estudiar un mes en Isla Cabrita al menos para confirmar que lo viajado no quita lo tarugo, o hacer un Ola Nueva Internacional (con fiesta de gala y todo, como se estila en el puerto). Y sí, también yo soy responsable. Admito haberme equivocado al confiar en la administración que ya se fue y no concluyó el proyecto, admito haberme equivocado al no encadenarme a la puerta del teatro para que no hicieran de él esa caja hueca inaccesible que ahora nos queda como evidencia de la falsedad política, y de no haber convocado a los compañeros artistas de mi generación para manifestarnos crucificados frente al palacio municipal. Total que si no nos hacían caso, al menos los ciudadanos se hubieran enterado que esta ciudad tiene artistas; hubiéramos entrado en contacto con la comunidad y nuestro arte se hubiera promovido de manera efectiva; nos hubiéramos divertido y les habríamos dado más chamba a los reporteros de cultura. El espectáculo de la inconformidad manifiesta, siempre será mejor que el silencio conveniente.
El Teatro Domingo Soler está agonizando y Samuel Beckett, tal vez, lo disfruta comiendo palomitas desde su tumba. Quizá el objetivo real tiene que ver con un impulso Beckettiano. Algún día mencioné durante una reunión de teatristas que estaba de acuerdo con el gran Samuel en que “hay que destruir todos los teatros del mundo y volver a empezar”, jamás imaginé que el proyecto comenzaría en Acapulco, con el Teatro Domingo Soler. Salud por Beckett.
*Gabriel Brito, director de escena, dramaturgo y poeta.