domingo, 16 de octubre de 2016

¿Y quién es Samantha Leyva?


Samantha Leyva ¿le suena ese nombre? Si aún no le suena, tome nota, porque seguro le va a sonar en algunos años o meses.

Y no es que yo adivine el futuro, es que con el tiempo uno identifica dónde y cómo se construye un futuro. Ese es el caso de Samantha, reina de belleza, reina de las redes sociales en las últimas dos semanas y reina de la simpatía de miles de acapulqueños que han visto en ella una posibilidad, una luz, un deseo y una representación digna en un certamen que, quizá los más rimbombantes intelectuales de este rancho tropical, llamarán frívolo o comercial. Y sí, en un sentido es frívolo y comercial pero ¿qué no lo es  en el sistema capitalista? ¿qué no lo es con la globalización? ¿qué no lo es en la era digital? Pero no escribo para hacer defensa de los certámenes de belleza  que desde niño aprendí a ver en un televisor blanco y negro, sin control remoto y señal intermitente, acostado en la sala de mi casa en un sillón tapizado con imitación de terciopelo fino.

A lo que voy es a la participación destacadísima de una acapulqueña que conocí como público en eventos culturales del puerto y luego como edecán y como modelo de body paint. Ella, Samantha Leyva, obtuvo un tercer lugar en el certamen Miss México, cuya final se transmitió en vivo por redes sociales y  alcanzó una audiencia de veinte mil espectadores (me atrevo a decir que diez mil de esos, éramos acapulqueños). Obtuvo un tercer lugar que nos sabe a primero, a coronación otorgada en el reconocimiento popular, a triunfo colectivo. Nos sabe así, porque miles seguimos y apoyamos a Samantha desde días previos a su concentración en Morelia y, luego, en cada etapa de su concurso. Destacó en todas las pruebas, siempre entre las diez mejores. Su más noble participación, la tuvo al presentar el proyecto con bienestar social a favor de la salud de los pueblos afromestizos y cuyo video fue grabado en Cuajinicuilapa, Guerrero. Allá fue Samantha, al encuentro con la comunidad afrodescendiente, su comunidad (nuestra comunidad) tan olvidada por las autoridades y tan golpeada por problemas de educación, salud y seguridad; ejerciendo su vocación de enfermera.

¿Por qué atrajo tantas miradas? ¿por qué fue tema viral? ¿por qué se escribe sobre ella cuando ha habido tantas reinas de belleza en este estado? Por su belleza, sí,  es una mujer morena de 1.81 de estatura, cabello chino y sonrisa iluminada. Pero también, llamó la atención por su preparación, es recién egresada de la licenciatura en enfermería, técnico en danza folclórica mexicana y atleta de alto rendimiento. También porque salió de entre nosotros, la vimos (porque es muy difícil estar cerca de ella y no verla) en algún centro cultural, en un centro deportivo, en una plaza, en el cine, en el centro de la ciudad comprando accesorios para el celular o fruta, en un camión ruta centro-hospitales. La vimos caminar, sudar y vivir como cualquier acapulqueño, no salió de una casa burguesa donde la influencia de sus padres la hubieran llevado a portar esa corona. Esto último, marcó la diferencia. Sin embargo, también la hemos seguido por razones sociales: porque esta ciudad carece de esperanza, porque esta ciudad vive en la angustia, porque a esta ciudad le hacen falta buenas noticias, porque a esta ciudad la representan pocos con dignidad y arrojo y decisión, porque Samantha le dio en la madre a los estigmas y prejuicios que sobre Guerrero se tienen. Demostró que somos competitivos, desde y en nuestras circunstancias, somos competitivos y talentosos y comprometidos y disciplinados y unidos y constructivos.


Si usted no había escuchado hablar de Samantha Leyva, ahora sabe un poco de ella pero… lo mejor está por venir. Porque lo mejor siempre está por venir para la gente que trabaja, que se esfuerza y que cree en sí misma y en los que le rodean. Usted también es Samantha y él y ella y ellos y yo. Todos.


lunes, 11 de abril de 2016

Graznido


Todo lo que pasa cuando salgo a buscar la lluvia
ocurre porque la humedad me atornilla la sonrisa de una comisura a otra.
Los párpados se abren de cansancio, te buscaron donde nunca te sentaste a beber de mi mano.

Soy torpe.
Compro mentiras para hundirme hasta la cintura y gritar: “auxilio” “ven a salvarme”.
Es inútil,
jamás llenarás tu boca de atardeceres.

Si oyeras un graznido, no entenderías que fue mío.

¿Cuantas veces vomitarás  la palabra que no puedes escupirle a tu padre?
Esa es tu condena. Sufres bulimia de afecto y hambre de mentiras.

Cuando salgo a buscar la lluvia, es porque me gusta creer que voy a ahogarme. 

(Gabriel Brito, 2016)

viernes, 1 de abril de 2016

Mensaje Estatal por el Día Mundial del Teatro

El teatro es el loco que saludo todas las mañanas

De niño, presencié cerca de mi casa un algo que no sabía cómo llamar. Hombres y mujeres vestidos de manera extraordinaria lograban ante mí, movimientos y voces que generaban sorpresa en el inexperto público que les miraba. Era el teatro. Nuestro encuentro fue repentino, delirante y seductor. Desde entonces no pude dormir sin pensar en él o soñar con él. Ahí tienen el relato de mi primer enamoramiento y una confesión sobre el amor de mi vida.

El teatro es encuentro. En él convergen todos los colores, todas las palabras y todas las emociones que el hombre experimenta a lo largo de la vida. Una vez que le miramos, nos abraza para siempre. Y ahí vamos todos. A veces ordenados y a veces revueltos. A veces de acuerdo, a veces en conflicto. A veces glorificados, a veces frustrados. Pero siempre sostenidos por el mismo abrazo.

El teatro es fe. Hay que creer en él para abandonarlo todo y arriesgarlo todo. Saltarse la barda para llegar a un ensayo; obviar los celos de la pareja, sonreír y volver a tu libreto (en algunos casos, firmar el divorcio); olvidar la palabra vacaciones; dejar la casa y el closet vacíos, todo estará en escena por meses: el sofá, la lámpara, el espejo, la camisa nueva, los zapatos y la computadora. Con la fe ciega de que todo nos será devuelto y al doble. Sin esa fe, no hay teatro.

El teatro es dolor. Devela las sombras humanas. Echa luz sobre los huecos oscuros que jamás iluminará la historia, ni la economía, ni el derecho, ni la psiquiatría, ni la política. Ilumina y deja al descubierto la avaricia, el abuso, la maledicencia, la perversidad, el cinismo, la arrogancia y la impiedad. Entonces, duele.

El teatro es descubrimiento. Al culminar cada función, el sonido del otro nos obliga a redescubrir el mundo. Siempre hay alguien conmoviéndose y moviéndose a partir de lo que uno hace. El aplauso es la memoria de lo humano. De saberse acompañado, entregado, retribuido y amado.

El teatro es demencia. Mientras más avanza la tecnología, más nos aferramos a la idea de comunicarnos sin intermediarios. Y pagamos puntuales nuestra obsesión. No aceptamos un teatro a través del cine, o de la televisión, o de Skype, mucho menos de Whatsapp. Resguardamos nuestros antiguos espacios de encuentro. Aunque las grandes empresas de comunicación sigan inventando aplicaciones y ampliando su oferta; aunque los presupuestos sean recortados cada vez con mayor filo; aunque no quieran escuchar que en medio de las balas hace falta sentarnos junto al otro, ver respirar al de enfrente y hacer la misma fila para llegar a un punto.

El teatro, es el bendito loco que saludo todas las mañanas en mi cama.

Gabriel Brito
Texto leído durante el festejo por el Día mundial del teatro 2016, en el Centro Cultural Domingo Soler (Acapulco, Guerrero)